Brain storm by Richard Dooling

Brain storm by Richard Dooling

autor:Richard Dooling
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga
publicado: 1998-08-09T22:00:00+00:00


16

Myrna cogió los fajos de billetes, los soltó encima del escritorio y escuchó el ruido que hacían, inclinando la cabeza.

—¿Todos de veinte?

—Todos de veinte —dijo Watson, pasándose nerviosamente los dedos por el pelo.

Ella parecía hastiada, casi ni se mostraba sorprendida ni por la entrevista a puerta cerrada con el juez Stang ni por el brutal despido de Joe. Él, por su parte, miraba el teléfono, preguntándose cuándo y cómo le daría la noticia a Sandra. Quizá podría escribir una novela en primera persona: Molestando a la Mensahib. Desempleo. «El sistema en este momento es inestable. ¿Cancelar, reintentar, ignorar?» Sandra llamaría a sus padres, lo reformatearía en un disquete nuevo, y después haría que los suegros lo examinaran en busca de un virus de sistema y de área. «Esta unidad paterna no está funcionando adecuadamente» —dirían—. Es un robot de búsqueda de tendencias lascivas, con errores de memoria irreparables. Debemos aislar los sectores malos, reformatear y actualizar el BIOS. Reprogramar para producir ingresos.»

Sheila y Benjy flotaban sobre el escenario de su conciencia, víctimas patéticas en una tragedia protagonizada por Joseph Watson, ese canalla, presuntuoso, ex abogado, esposo adúltero, amigo de criminales y padre fallido. Sentía tenso el pecho con lo que, en el futuro, probablemente se diagnosticaría como preinfarto. Una vez que retirara todo el dinero de las inversiones en la bolsa, sus hijos probablemente tendrían que ir la escuela pública. ¿Y en cuanto a lo que el padre de Sandra llamaba «dinero de verdad»? No había nada a la vista, salvo que R. J. Connally considerara dinero el soborno criminal que estaba encima del escritorio de Myrna.

Ella volvió a sopesar los fajos.

—Yo diría que aquí hay diez de los grandes —murmuró a través del humo—. No me lo digas. ¿Justo por debajo de diez de los grandes, no?

—Veinte dólares menos —dijo Watson—. El desempleo hace que parezca más.

—Su descaro es increíble. Si el juez Stang supiera que te han echado sólo por un caso asignado, les retiraría la licencia a todos los socios de esa ratonera. Quizá yo misma se lo diga. No, se lo diré a Ida. Es el mejor camino para llegar a él. Nadie llega al juez Stang si no es a través de Ida o de una de las oficiales. —Volvió a arrojar los fajos sobre el escritorio y escuchó el ruido—. Huele a primavera —comentó con un suspiro—. La memoria y el deseo pagan viejas deudas con dinero nuevo... Qué forma tan elemental de producir satisfacción. Las palabras son inadecuadas. Imagina que estás muerto de hambre, seco y caliente como una iguana de tres cabezas, y uno de tus clientes aparece y te da un filete envuelto en tocino, langosta cocinada en mantequilla, agua helada, chardonnay frío, un postre con fruta, y sexo oral, todo junto.

—¿Qué hago con esto? —preguntó Watson.

—Celébralo. Cómprate unas cervezas. Tira petardos y ponte idiota. Has escapado de los rayos letales del imperio, y en tu primer día de vuelo solitario en los sectores rebeldes consigues un cliente que paga en efectivo libre de impuestos.



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